Peso | 0.148 kg |
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Dimensiones | 13 × 1 × 20 cm |
Publicado en 2016
A lo largo de estas páginas citaremos una y otra vez a Patricio Marchant, porque el ejercicio de la cita también contribuye a ese desmontaje del imperativo, y al todavía débil pero obstinado aferramiento a la idea de que dicho imperativo no se puede dar desde el mero reconocimiento de una escena. Se trata de algo como un temblor, como lo denomina el mismo Marchant, quizá un drone, un zumbido sostenido, fácilmente reconocible y difícilmente aislable, que golpetea transversalmente -atmosféricamente- el tono de su pensamiento. Que le concede su timbre y que atormenta su escritura. Este temblor quizá sea un nombre demasiado general para dar cuenta de lo que tendría que poner en entredicho a cualquier lectura eventualmente muy aferrada, demasiado identificada con cierto sí-mismo. Una escritura atormentada, perturbada en sus gestos de posición y en la afirmación de sus tesis, escande una escena completamente distinta del discurso que define a una escena, y donde en esa medida se marca una escena para desentenderse de ella. Cada escena de esta escritura, escrita contra su época, no deja de acompañarla. Ese es el riesgo que se ha de correr para intentar escapar de su propia época. Esa escena, ritmada como si fuese una música que acompaña la escritura, como una escritura de la compañía: quizás haya sido eso lo que nos dejó entreabierto el texto de Patricio Marchant. Una forma singular de pensar en otro, que se debate a tientas entre el escamoteo monologante y la reducción de la amenaza de ese otro.
$8.000
Peso | 0.148 kg |
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Dimensiones | 13 × 1 × 20 cm |
Publicado en 2016
Este volumen se pretende como espacio de reunión de sus textos, la mayoría de ellos producidos en su exilio mexicano en la década de 1980. Agudo lector de las vicisitudes teóricas y políticas de la experiencia comunista, Malamud asentaba en textos dispersos un posicionamiento que le permitía seguir habitando la política comunista a condición de operar una crítica radical. Espacio de enunciación que nos recuerda, no sin coincidencia, a la del filósofo francés Louis Althusser. Amigos, interlocutores y camaradas, Malamud y Althusser estuvieron vinculados de distintas maneras desde la década de 1960 hasta sus muertes, acaecidas casi de manera simultánea.
El personaje de Cristóbal Colón reúne, en nuestra opinión, dos características atractivas para el autor, que quizás pudieron empujarlo a elegirlo como protagonista de una tragedia. En primer lugar, se trata de un hombre de mar, como Odiseo, uno de los faros en la vida de Kazantzakis, según él mismo confiesa en diversas ocasiones. Hay, por otro lado, un aspecto de la figura histórica que posee una atracción especial para aquél; Colón es el hombre que, firmemente confiado en una idea que parecía una locura, sale contra viento y marea a un aventura descabellada. El hombre que desafía toda prudencia y las columnas de Hércules lanzándose al abismo a la conquista de una ruta desconocida. Añadamos a estos otros ingredientes: Colón va al frente de una empresa mesiánica presidida por el signo de la Cruz y tiene un final trágico, abandonado de todos y aherrojado en prisión. Esa doble vertiente de marino y de hombre visionario que, “borracho de estrellas”, en una expresión castellana muy del gusto del autor, rompe los límites de la tierra conocida guiado por la fuerza de su alma, es lo que pudo empujar a Nikos Kazantzakis a la elección del personaje.