Peso | 0.455 kg |
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Dimensiones | 15 × 2 × 23 cm |
2022
Aun cuando el relato de este libro haya sido escrito hace ya más de un siglo, el lector igualmente se verá atrapado por su relevancia y las muchas interrogantes que el autor se hace y que permanecen aún vigentes. El sentido del detalle y la manera en que Skottsberg narra hasta el más ordinario de los acontecimientos e ideas hacen que las peripecias de su aventurar por Patagonia vuelvan a cobrar vida. Cuando una nueva montaña o lago se le aparece, es imposible no sentir la alegría y la curiosidad que embarga a Skottsberg en estos terrenos desconocidos. Hay también ciertos pasajes más íntimos, como cuando el autor comparte aquellos momentos personales, como las navidades de 1907 y 1908. La primera, miserable y descrita como la peor de su vida; y en la segunda, convertido de cierta forma, casi sin querer, en un ladronzuelo. Pero gracias a sus innumerables recursos narrativos, el autor parece poder superar todo obstáculo que le sale al paso para emerger del otro lado imbuido en nuevos ánimos. Esa es, quizás, una habilidad que se obtiene tras haber quedado varado en una pequeña isla de la Antártica por nueve meses, sin esperanza de un pronto rescate.
$16.500
Peso | 0.455 kg |
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Dimensiones | 15 × 2 × 23 cm |
2022
“… habiendo saltado en tierra, vio que la gente que estaba allí eran unos hombres al modo de los españoles pero con el pelo más colorado y los ojos azules y que traían unas espadas muy pequeñas…y que también había mujeres las cuales no traen el traje como las españolas que ha visto, porque traen unos jubones pequeñitos colorados y amarillos y que son también muy pelicoloradas y de ojos azules como los hombres. Y que dicha población tiene una muralla de palos gruesos y que dentro de ella no había más que cuatro casas de paja y que en la muralla de palos había una pieza de artillería que tiene caja de guerra y trompeta y que frente a dicha muralla vio sementera de papas y otras legumbres que no conoció, y que tienen un molino y, habiéndole mostrado uno en esta ciudad, dijo ser como él y que los dichos hombres tienen muchos hombres reducidos de los de aquella isla y que tienen un gobernador que es moro y no es tan rubio como los demás, que trae bastón con casquillos de plata y que en este puerto que está en dicha isla vio un navío que estaba dado fondo y que también en dicho navío vio tocar trompeta a medio día y que oyó disparar la pieza que dicho tiene vio en el fuerte y este declarante y los demás se atemorizaron y trataron luego de venirse a su tierra.”
Este libro recaba lo que históricamente se ha dicho acerca de la geografía que uno habita, por medio de las voces y la estela de impresiones narrativas que fueron dejando a su paso las mujeres que, desde otras latitudes, decidieron embarcarse en un tour du monde durante un periodo de casi un siglo de navegación: de 1822 a 1915.
Es a partir de estos relatos de viaje que se construye este texto, el que funciona como un solo abanico de diferentes pliegues y distintos coloridos al seleccionar aquellos pasajes referidos a sus pasos por Chile, presentados por orden cronológico, según la fecha de sus itinerarios. A lo largo de estas páginas, las protagonistas nos conducen y muestran aquellos espacios comunes para nuestros oídos —el arribo a los puertos de Arica, Valparaíso, Talcahuano, Lota y Punta Arenas, o su llegada a Santiago, o un simple deambular por calles, plazas, cementerios y mercados; el traslado a los pueblos del interior entre ramales, el cruce de valles, jornadas extenuantes a caballo, sorteando cordilleras y pampas—, para luego retornar al agua y, tras deslumbrarse con los intrincados fiordos de Patagonia, regresar a sus patrias.
Este libro, en resumen, es un tejido que enhebra, en el registro de pluma de cada cual, viajes de distintas épocas y personalidades que, en el envés, denota tanto lo que se esperaba de ellas como lo que ellas querían proyectar de sí mismas a través de este sutil ejercicio de leer las maneras de ser en el mundo del «otro».
Son voces intrépidas, refinadas, contestarias y valientes que, gracias a sus diarios, relatos e impresiones, nos permiten acompañarlas y, desde esa mirada extranjera, adentrarnos en esa condición de ser chilena o chileno en aquella época del forjamiento simbólico de aquello que llamamos nación.
“Dos caminos había antiguamente para Nahuelhuapi, uno por las lagunas y otro por Vuriloche. Para uno y otro se entra por el estero de Reloncaví, que va al leste tres leguas y después cuatro al norte. Después se va por tierra hasta la laguna de Callbutúe tres leguas, y dos hasta la de Todos los Santos, al norte. Embarcado en Todos los Santos se va costeando la cordillera del leste y se sigue siempre hasta el fin, en donde hay dos ensenadas, una al sur y otra al norte, y en cada una entra un río que tiene el agua blanca. Se va por la del norte y, desembarcado, se pasa una ciénaga. Se sigue la quebrada que va al leste y viene por ella el río Peulla: este se vadea por donde esté más ancho y se reparta en más brazos. Se va costeando el río hasta ponerse frente al derrumbo, en donde se ve al leste una quebrada y por ella baja un río que yo le pasé seis veces. Desde Todos los Santos hasta este río habrá más de cuatro leguas, y desde aquí a Nahuelhuapi habrá poco menos de tres.
El camino de Vuriloche se toma un poco antes de llegar a la laguna de Callbutúe, y se va siguiendo el río Hueñohueño, que baja del SE. Por este iban —según dicen en Chiloé— antiguamente a Nahuelhuapi, y desde aquí a Chile. En el día, aunque se descubra será muy costoso el ponerlo transitable por los muchos derrumbos que han acaecido, los que cuando no lo imposibiliten, a lo menos lo ponen dificultosísimo y trabajosísimo.”